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M. Mariño,
6 de julio de 2007.
M. Mariño,
6 de julio de 2007.
España.
Zapatero de vocación, Roberto Oliveira lleva diecisiete años al frente de su taller Rápido Charol. Él, junto con su mujer Mari Carmen, entre arreglos de tapas, cosidos y punteras, le da una nueva vida a zapatos que creemos perdidos.
-¿La profesión le viene de familia?
-Sí, desde pequeño. Cuando era niño pasaba el tiempo observando cómo trabajaban mis tíos. Así fui cogiendo afición.
-¿Es complicado convertirse en un buen zapatero?
-Los zapateros modernos en un mes o dos ya conocen la maquinaria. Pero los trucos de la profesión se descubren año tras año, con la experiencia.
-¿Es complicado convertirse en un buen zapatero?
-Los zapateros modernos en un mes o dos ya conocen la maquinaria. Pero los trucos de la profesión se descubren año tras año, con la experiencia.
-¿Apuramos nuestros zapatos hasta el final?
-Hay gente de todo tipo. Algunos traen zapatos nuevos para unas simples tapas y otros intentan arreglarlos cuando ya no hay solución.
-Muchos no merecerán la pena...
-Según el tipo de calzado. Hay zapatos de diez euros que no compensan, pero si hablamos de calzado de quinientos euros, la cosa cambia.
-Así que hay también algún cliente exquisito...
-Desde que llevo trabajando en esta profesión tengo algunos clientes ilustres que me traen zapatos italianos de más de seiscientos euros. Aunque no daré pistas de quién son [risas].
-¿Se olvidan muchos pares aquí?
-Por suerte o por desgracia, sí. La gente se olvida, sobre todo si es un zapato viejo que ya no merece la pena arreglar. Aquí ha llegado alguno preguntando por botas que llevaba un año buscando.
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