Sobreviven ‘piqueros’

- lunes, 13 de agosto de 2007 -

Am.com.mx
13 de agosto de 2007,
Redacción / Alejandra Sánchez.

México.

María del Carmen Robledo Ocampo recordó haber pasado la mayor parte de su vida “entre cueros”. Su padre tuvo un taller de zapatos, y ahí crecieron 10 hijos.

Desde hace 2 años, Carmen volvió a producir zapatos. Espera con temor el 2008 para competir con el calzado chino.


“Estamos con miedo al calzado chino, es bonito y barato. Ojalá logren hacer las negociaciones y alargar el plazo de las cuotas compensatorias. Nos va a pegar fuerte”, dijo María del Carmen Robledo.

Talleres o “picas” de calzado, como la de Carmen, abarcan el mayor número de las empresas del municipio, asociadas o no a la Cámara de Calzado (CICEG).

Al 2002 eran el 96.5% de las fábricas, pero desde 2004 a la fecha han sido el 70%, según informes de la CICEG.

Estas empresas están en franca crisis. Según Rodolfo Rizo Parra, gerente de reingeniería de CICEG, en este año han cerrado 3 picas. Otras 100 por cada año anterior.

Crecer entre cueros

Los recuerdos del pasado afloran en Carmen; hoy, a sus 43 años, es la jefa del hogar y del negocio. Indica los precios y los descuentos en el local y exige buenos modales al vender.

Desde pequeños, Carmen y sus 6 hermanos varones pasaban casi todo el día en el taller. Sus 3 hermanas mayores decidieron trabajar en un local en el Centro. Mientras hacían sus labores, Francisco Robledo Macías, su padre, les contaba historias y daba consejos.

“No pensábamos más que en trabajar, casi no íbamos a la escuela. Nuestra prioridad era el trabajo. Teníamos muchas labores y no teníamos tiempo para hacer la tarea, por eso reprobábamos”.

En contraste, ahora los papás buscan que sus hijos estudien.

El padre de Carmen era obrero. Después de su jornada hacía zapato en su casa, a mano, los hijos participaban. Hacían hasta 100 pares y los vendían en el mercado Comonfort.

Esta situación ha sido frecuente, explicó Rizo Parra, “que obreros formen sus pequeños talleres”. Actividad que conocen desde pequeños, la pueden abandonar y volver a ella. El oficio permanece.

Para capitalizarse vendieron parte de la casa, los cuartos. Montaron el taller en el estrecho pasillo. Lo mismo hizo en otras ocasiones, buscaba casas de menor valor, luego volvían al barrio El Coecillo.

Al morir su madre, Carmen se repartía entre las labores del hogar, adornar el zapato y salir a ofrecerlo. Cada hermano optó por una actividad. Juan, 3 años menor, prefirió pespuntar.

“Después de casarme dejé el taller de mi papá. Volví al zapato por casualidad. Abrí las puertitas de mi casa, aquí en El Coecillo, para vender zapato. La calle no era transitada, como ahora, pero vendía. Luego pusimos un local de compra y venta, más tarde un taller”.

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