Eldia.es,
4 de junio de 2007,
José H. Chela.
4 de junio de 2007,
José H. Chela.
LOS ZAPATOS FEMENINOS son materia fetichista por antonomasia. Y por razones estéticas evidentes. Cuando una señora o señorita se sube a unos buenos y puntiagudos zapatos de tacón, no sólo eleva su estatura, sino que tensa sus músculos, enaltece las pantorrillas, remodela sus curvas y potencia su imagen erótica de una manera notable. Los zapatos son objetos de tremenda sexualidad, y erotómanos reconocidos hay en esta mundo y en este país, como Luis García Berlanga, sin ir más lejos, que los coleccionan, miman, cuidan y atesoran. Porque esos complementos, que se dice ahora, guardan, muchas veces, en su diseño y en su inquietante equilibrio plástico historias y recuerdos para no ser contados ante gentes mojigatas y de escasos vuelos imaginativos.
Lo que pasa, claro, es que una cosa es el fetichismo bien llevado (todos lo somos un poco) y otra, bien distinta, la monomanía compulsiva. Ese es el caso de Eric Heinrinch, ciudadano norteamericano de 26 años, detenido por la policía, acusado de robar unos 1.500 pares de zapatos de diversas escuelas y colegios del país. Se metía el hombre en los centros docentes y saqueaba las taquillas de las alumnas. Su pasión era más bien olfativa, lo cual concede al suceso una pincelada de originalidad. Robaba no solo tenis, zapatillas, lonas, botas y demás, sino hasta calcetines sudados de las mozas, solamente por el placer de acceder a sus aromas. Si el joven y maniático delincuente hubiese desviado sus aficiones hacia el terreno gastronómico podría haberse convertido probablemente en un magnífico catador de quesos y no se habría buscado problemas con la justicia.
El zapato, además, da pie, nunca mejor dicho, a muchas frases hechas, como ese que alguien encontró la horma de su zapato, y a algunas expresiones tontas, como esas que emplea el personal asegurando que le duelen los zapatos nuevos. Por supuesto, lo que le duelen serán los pies, a causa de la dureza, la mala calidad o los defectos del calzado recién adquirido. Hay un dicho, por cierto, que casi nadie tiene la inteligencia de asumir, aunque el mundo y la sociedad funcionarían mejor si todos lo tuviéramos en cuenta, porque nos ocuparíamos de nuestras especialidades y opinaríamos de lo que sabemos. Viene de antiguo el consejo, de la Grecia clásica. Allí, un pintor célebre, llamado Apeles, solía exponer sus obras en la plaza pública y al juicio de las gentes. En cierta ocasión, un zapatero se detuvo ante uno de sus cuadros: el retrato de un conocido personaje. El zapatero indicó al pintor que no había acertado a plasmar debidamente las sandalias del modelo. Apeles se llevó el cuadro a su estudio y rectificó ese fallo. Cuando el mismo artesano vio que el artista le había hecho caso, se creyó autorizado para criticar otros aspectos de la obra. El retratista le dijo entonces al atrevido lo que tantas veces repetimos hoy:
-Zapatero, a tus zapatos.
josechela@mojopi.com
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