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7 de julio de 2007,
A. Arnáiz,
Monforte.
7 de julio de 2007,
A. Arnáiz,
Monforte.
España.
Rufino trabaja entre suelas, colas y zapatos desde los diez años, cuando todavía iba al colegio ·· Además de reparar el calzado, fabrica botas clásicas de elástico, cintos, collares de perro y carteras
"Este oficio se muere. La gente mayor, que tiene otro sentido de la economía familiar, porque vivió malos tiempos, es la única que todavía trae sus zapatos gastados a reparar, a echar tapas o tacones, pero cada vez quedan menos", se lamenta Antonio Sánchez Goyanes, Rufino, en su pequeño y destartalado taller en el barrio de la Estación de Monforte. Es un zapatero remendón de los clásicos, con cuarenta años de oficio a sus espaldas.
La profesión de zapatero remendón, tan popular en las ciudades hace medio siglo, hoy es una artesanía en vías de extinción. Muy pocos son los profesionales en Galicia que todavía mantienen vivo este trabajo.Rufino trabaja entre suelas, colas y zapatos desde los diez años, cuando todavía iba al colegio ·· Además de reparar el calzado, fabrica botas clásicas de elástico, cintos, collares de perro y carteras
"Este oficio se muere. La gente mayor, que tiene otro sentido de la economía familiar, porque vivió malos tiempos, es la única que todavía trae sus zapatos gastados a reparar, a echar tapas o tacones, pero cada vez quedan menos", se lamenta Antonio Sánchez Goyanes, Rufino, en su pequeño y destartalado taller en el barrio de la Estación de Monforte. Es un zapatero remendón de los clásicos, con cuarenta años de oficio a sus espaldas.
Rufino es como un viejo elefante que se resiste a morir. Pese a que, a sus 70 años, dice estar de zapatos "hasta la coronilla", afirma que seguirá trabajando mientras se lo permita la salud. Cuenta que llegó a la profesión obligado por las circunstancias familiares. "A mí me hubiera gustado ser guardiacivil o trabajar en la Renfe, pero mi padre, que tenía una pequeña fábrica de calzado, me obligó a trabajar en la empresa de la familia desde los diez años, cuando todavía iba al colegio". Añade que "éramos nueve hermanos, siete mujeres y dos hombres, y todos zapateros".
Cuando cerró el negocio paterno, con 30 años, se hizo con el pequeño taller de reparación de calzado que le ofrecieron en el entonces populoso y activo barrio de la Estación de Monforte, nacido al amparo del ferrocarril. Eran buenos tiempos en los que no faltaba el trabajo. Fueron años dorados para los remendones. "Por entonces había ocho zapateros en el barrio y ahora quedo yo solo de los que trabajamos a mano", comenta.
Además de reparar calzado, Rufino todavía fabrica, al modo artesanal, botas clásicas de elástico y zapatos, por encargo, junto con cinturones, collares de cuero para perros y pequeñas carteras que suelen usar los interventores de Renfe.
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