El Universal,
11 de abril de 2007,
Juan María Alponte.
11 de abril de 2007,
Juan María Alponte.
El 9 de septiembre de 1976, a las 12 de la noche con 10 minutos (según su médico, Li Zhisui), el corazón de Mao Tse-tung, hijo de Mao Jen-Sheng y de Wen Shi-Mei, dejó de latir. Tenía 83 años.
A 34 años de su muerte, el gobierno de China, país gobernado todavía por el Partido Comunista (que en los últimos años incorporó al partido a sus empresarios ricos), acaba de reconocer oficialmente la propiedad privada y, según la nueva ley, el gobierno "se propone ayudar a los empresarios y a la clase media". La revolución china llega así con 218 años de retraso y con millones de muertos por defender lo contrario a las proposiciones de la Revolución Francesa de 1789.
En efecto, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (las mujeres quedaron totalmente excluidas de los derechos y de la ciudadanía), aprobada por la Asamblea Revolucionaria el 26 de agosto de 1789, en dos de sus 17 artículos asume el derecho de propiedad como un derecho fundamental. En el artículo segundo, al enumerar los derechos, decía: ". estos derechos son la libertad, la propiedad (en segundo término), la seguridad y la resistencia a la opresión". Es de señalarse que en el estado de derecho de nuestros días el derecho a la seguridad de los ciudadanos ocupa un lugar fundamental. En suma, no existe estado de derecho si no se garantiza la seguridad de sus ciudadanos.
En el artículo 17 de la declaración se colocaba el derecho a la propiedad en una dimensión específica: "Las propiedades (´les´ propietés, esto es, no sólo la propiedad, sino ´las´) son un derecho inviolable y sagrado (sacré) y nadie podrá ser privado de ellas, si no es cuando la necesidad pública, legalmente constatada (légalment constatée), lo exija evidentemente y bajo la condición previa de una indemnización justa".
En suma, la Revolución China ratifica a la Revolución Francesa. Ello acontece cuando en 2005 China se colocó ya en el cuarto lugar mundial (en 2000 fue el séptimo) en tamaño, es decir, después de Alemania (que ha desplazado a EU del primer lugar en exportaciones pero no en el de importaciones, en el que EU es imbatible, para su desvarío), y ha colocado al vecino país en el segundo lugar. China, a su vez, ha desplazado a México de su papel preponderante en EU para situarnos en el tercer lugar, después de Canadá y China. Este último país tuvo en 2006 un superávit comercial con EU de 232 mil millones de dólares. China es ya igualmente el tercer exportador del planeta. Una mutación histórica de consecuencias ecológicas incalculables aún.
En efecto, EU, con 300 millones de habitantes (datos de BP Statistical Review of World Energy, junio de 2006), consume 20 millones 655 mil barriles diarios frente a los 6 millones 988 mil barriles de China. Dado el impresionante crecimiento económico anual -9%- de China cuando el automóvil y los demás elementos del bienestar "energívoro" se aproximen al estadounidense, los 1 mil 300 millones de chinos pueden cambiar todas las proporciones ecológicas. En efecto, Inglaterra y EU, en el seno e impulso de la revolución industrial, tardaron 50 años en duplicar su PNB per cápita; China lo está haciendo cada nueve años.
Por lo demás, en 2006 México exportó a China 1 mil 690 millones de dólares e importó 24 mil 443 (sin el contrabando) y ya con Asia, incluidos China y Japón, México tuvo un déficit de 62 mil 488 millones de dólares. En los años 70, cuando hicimos el primer viaje político y "empresarial" a China, hubo que contratar un avión más para transportar los "regalos". Como se ve, pese a otros viajes presidenciales, las ventas a China han representado en 2006 0.68% según la minuciosa información de Arnulfo R. Gómez de viejo nombre histórico. En fin, la China de Mao llegó a la Revolución Francesa. No todos.
alponte@prodigy.net.mx






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